Al final de la tarde de este caluroso domingo, que más parecía de verano que de primavera, he bajado al pueblo andando desde la sierra y he atravesado las calles desiertas de gente y, todavía de edificios, de ese controvertido territorio aún cercado que se conoce por el nombre en clave de SUS-A (Suelo Urbanizable Sectorizado) y se apellida Los Invernaderos. Mejor hubiera sido llamarle La Rambla, El Prado o El Zanjón y así, al menos, algo más habría quedado que recordara los cientos de años de existencia de ese lugar, barridos ahora con suma facilidad merced a las potentes máquinas capaces de cambiar en unos días la percepción de una realidad forjada durante décadas.
Y me he detenido durante unos minutos a contemplar el único vestigio de ese tiempo pasado que, aun no siendo mejor, es el que le tocó vivir a nuestros padres y abuelos: la cenia del Manzano. Confieso que me he deprimido al ver de cerca -de lejos ya lo había intuido- el menosprecio que todos aquellos que han tenido que ver con el diseño de la urbanización le han dispensado a este bien etnográfico recogido en el Catálogo de Bienes y Espacios Protegidos de San Miguel.
Digo esto porque considero que esa Cenia -una más de las que se ubicaban a lo largo de la cañada de La Escribana, en La Gineseta y La Castellana-, cuyo pozo, andén y balsa han conseguido sobrevivir hasta nuestros días desde que perdieran su función a mediados del siglo pasado, es un importante elemento etnológico ligado a la economía de subsistencia que practicaron las generaciones precedentes y al endémico problema del agua en nuestra tierra.
Han dejado a la Cenia constreñida en un reducido espacio, agobiada por calles, aceras y caminos. Y hundida por debajo del nivel del suelo que la rodea, como queriéndola esconder, o tal vez castigándola por seguir ahí e interferir en sus intenciones cuadriculadas. Debiera haber ocupado un lugar preponderante en su entorno, erigiéndose en señora de un territorio que fue suyo; ser faro de la memoria a orillas de un mar de ladrillos con olas de cuatro alturas. Su recuperación debiera haber sido una de las primeras tareas acometidas, o a la par en todo caso, pero acabarán viales, jardines y pérgolas y mucho me temo que la vieja Cenia seguirá esperando pacientemente un turno que no le llega.
Hace ya un tiempo, cuando los monstruos mecánicos que traen el progreso para pocos todavía no habían abandonado sus guaridas para abatirse sobre El Prado y la rambla, sintiendo cerca su amenaza, le glosé un soneto a esa Cenia:
A LA CENIA DEL MANZANO
Unidas en abrazo funerario
resisten impasibles al olvido
las piedras del andén bien construido
que la bestia circuló casi a diario.
En el fondo del pozo hoy solitario,
añorante de un tiempo ya vivido,
yace el agua que otrora le ha servido
al humano de sustento centenario.
Empapado este campo tan sediento
con savia de la Cenia del Manzano
alumbró a muchas bocas su alimento.
Llora hoy la Castellana, pozo hermano,
y lanza la Escribana su lamento.
¡Que el grito de las Cenias no sea en vano!
[…] última destrucción de un bien catalogado, la cenia del Manzano, ha sido perpetrada o consentida por el actual gobierno municipal, cofrades de la gaviota. Ya […]