El presidente de la diputación de Alicante, el zaplanista Ripoll, hizo un escueto pero revelador resumen de la reunión que este martes mantuvo la dirección del PP valenciano: «Nos han pedido que no interviniéramos ninguno y que aplaudiéramos». Y el caso es que todos callaron y casi todos aplaudieron. Esa es la esencia del partido que gobierna la Comunidad Valenciana, y lo que practican en su seno es lo que quieren para el conjunto de la ciudadanía: mudos aplaudidores que les dejen hacer a su antojo y les rían las gracias y las desgracias. Pero tan grave como eso, tan lamentable, tan indecente es que en una democracia, que significa participación, haya una buena parte de la población que ampare ese proceder, que asuma como norma de conducta el silencio y el palmeo, que se conformen con ser comparsa de esa cofradía de devotos fariseos que con una mano se golpean el pecho mientras que con la otra sustraen la cartera pública.
Este partido, que se dice democrático, que presume de ser baluarte de los valores tradicionales, que se llena la boca de las más altruistas pretensiones lleva meses quedándose con el culo al aire y mostrando sus verdaderas vergüenzas, esas que se esconden bajo trajes caros, palabras grandilocuentes, caras angelicales y olor a incienso. Reaccionan atacando, más a siniestro que a diestro, contra los pilares del estado de derecho que para ellos luce torcido, ahora que hurga bajo su lujosa alfombra.
Su única preocupación parece ser que los súbditos sobre los que gobiernan no alcancen a darse cuenta de quiénes son sus dirigentes, sus representante públicos, aquellos que manejan los dineros de todos, que no cunda la desconfianza y se produzca una desbandada. Las encuestas de momento no muestran síntomas de alarma por eso son tibios en sus decisiones internas y contundentes en su denuncia de tramas externas.
Parecen dignos aprendices del abad Abbone, tomando al pie de la letra sus palabras en la primera entrevista con Guillermo de Baskerville:
“En efecto, a menudo es indispensable probar la culpa de hombres a quienes cabría atribuir una gran santidad, pero conviene hacerlo de modo que pueda eliminarse la causa del mal sin que el culpable quede expuesto al desprecio de los demás. Si un pastor falla, hay que separarlo de los otros pastores, pero, ¡ay si las ovejas empezaran a desconfiar de los pastores!”
El nombre de la rosa. Umberto Eco.
Estamos asistiendo al deterioro político más mediático y espectacular que se recuerda en España. Ni el GAL en su momento generó tanta expectación. Me doy cuenta de que la política de los gestos, de las dimisiones, de las posturas coherentes, … está acabada. Se impone la moda «berlusconiana», importada en su día por Carlos Fabra e inmediatamente asumida por todo el partido conservador: mentir, mentir, mentir, mentir y mentir.