El caso de Honduras es el último pero, lamentablemente, quizás no sea el último. Personas, grupos, partidos de izquierda alcanzan democráticamente el gobierno de un Estado y comienzan a aplicar, con más o menos atrevimiento, políticas que favorecen a los trabajadores, a los grupos marginales y marginados, a los pobres, indígenas, mujeres. Eso no gusta a los poderes económicos porque las leyes que se van promulgando, las acciones que el gobierno emprende comienzan a poner en tela de juicio los privilegios de los poderosos. Éstos dan la orden al ejército y se acabó el invento.
Es una historia repetida, porque la izquierda alcanza gobiernos pero no tiene el poder, el poder que dan las perras y las pistolas. Y ese es un problema difícil de resolver. Para que triunfen las transformaciones de un gobierno que verdaderamente quiera cambiar las reglas de juego capitalistas debe contar de su lado con las perras y con las pistolas. Con las perras para ponerlas al servicio de todos y con las pistolas para que se estén quietas y garantizar así que lo primero es posible.
Difícil tarea cuando los enemigos son tan poderosos y tan dispuestos a intervenir directa o veladamente en cualquier país que intente salirse del redil capitalista. Solamente una fuerte implicación social, una importante participación política y sindical de una mayoría de ciudadanos puede ofrecer un mínimo de garantía para que el proceso no se trunque, o no sea arrasado por aquellos que tienen pistolas y medios de desinformación al servicio de las perras.
Con el caso de Honduras estamos comprobando lo ya sabido: si el golpe de estado se da contra un presidente que mira a la izquierda, la comunidad internacional, es decir, el grueso de países capitalistas, se mostrará tibio, diplomático, cómplice en dilatar una solución para que el tiempo vaya diluyendo el origen del conflicto y asiente poco a poco al dictador y sus secuaces en el poder que no le dieron las urnas. Si el derrocado fuera de la derecha la movilización de los que tienen las perras sería contundente e inmediata. En nombre de la democracia y la libertad ordenarían a los medios de desinformación atacar con todo su arsenal propagandístico para que en pocos días los de las pistolas iniciaran una ofensiva interna o una intervención externa para restituir la legalidad.
En conclusión: la izquierda siempre está en clara desventaja. Hay principios morales que respetar que la derecha no tiene. Y una carencia de perras con que asegurar medios propios de información y el silencio de las pistolas. Solo queda tener mucha gente de su parte. El más difícil todavía.
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