Tengo la completa seguridad de que una candidatura presentada por Ganemos San Miguel —San Miguel en Común habría sido un excelente nombre— hubiera dado un vuelco en la representación institucional en el ayuntamiento, y habría ganado el poder local para que la mayoría de los vecinos y vecinas pudieran ejercerlo en los próximos cuatro años. Lástima que esta afirmación no pueda ser verificada empíricamente con el recuento de papeletas el próximo 24 de mayo, pero ciertos indicadores apuntaban en esa dirección.
En esta legislatura que acaba, favorecido por la crudeza de la estafa a la que llaman crisis, ha ido creciendo el hartazgo entre buena parte de sanmigueleros que llevan viendo durante años a los mismos actores políticos representando los mismos papeles de siempre, sin salirse un ápice de sus personajes, en una función sabida, carente de ilusión y de perspectivas. Un hartazgo que pocos expresan en voz alta, algunos a media voz y la mayoría lo sufre de manera callada pero que permanece latente a la espera de encontrar el modo de expresarse, aunque sea a través del voto, en una propuesta distinta.
Ganemos San Miguel nació con la voluntad de ser la expresión política de una mayoría ciudadana cansada de la vieja política, de la viejas formas ineficaces. Ganemos pretendía sumar lo bueno de experiencias políticas y sociales que llevan mucho tiempo defendiendo a los de abajo frente al desprecio de los gobernantes prepotentes, con la frescura de nuevos actores que llegaban por primera vez a la actividad política, y sentar en torno a la mesa de la vida local a personas y colectivos diversos, sin tener en cuenta ideologías o procedencias, pero con la voluntad de encontrar un marco ético y programático en el que confluir y sumar.
Y ese marco comenzó a construirse con el Manifiesto, donde quedó explícita la referencia a la Declaración Universal de los Derechos Humanos como guía de cuanto estuviera por venir. Un Manifiesto que acotó, aunque en líneas generales la orientación de la política que Ganemos pretendía desarrollar. El Código Ético vino a completar el marco de referencia en el que muchos podíamos encontrarnos. Un encuentro que debía de solidificar en un programa de gobierno donde cada propuesta definiría el común.
A diferencia de otras ocasiones, aun siendo importante, no era la asamblea el único espacio de construcción de Ganemos. Las redes sociales estaban empezando a entrar en juego, así como otra red, más soterrada, más ramificada, más difusa, la del tú a tú, comenzaba a tomar forma despertando la curiosidad y, sobre todo, la esperanza de gente anónima. Y todavía no se había desplegado el grueso de las propuestas de movilización de apoyos y voluntades. Gente joven, es decir, futuro se estaba incorporando al viaje del cambio.
Pero la ventanas de oportunidad no todo el mundo es capaz de identificarlas. Menos todavía quienes llevan demasiado tiempo viviendo en entornos endogámicos, aislados de lo que siente y piensa esa parte de la población que vive alejada de los cenáculos políticos y sociales, pero que es la que otorga mayorías. Actores importantes en la actividad local, que estaban llamados a ser impulsores necesarios de la extensión de una iniciativa ciudadana como Ganemos, se hicieron a un lado o incluso minaron su desarrollo. Quizás agravios personales, tal vez cortedad de miras, o personalismos innecesarios fueron creando un ambiente enrarecido que generó dudas y dilaciones en el proceso. Ganemos nació para sumar, pero comenzaron las restas. Hay quiénes prefieren ser cabeza de ratón que cola, zarpa, oreja, pata u hocico de león. No tenía sentido continuar.
San Miguel en Común habría sido una buena candidatura para reanimar la esperanza en un pueblo mejor para la mayoría. Los cambios se consiguen día a día, con el trabajo de muchas personas en organizaciones de diversa índole, pero se completan cuando llega el momento ganando las instituciones. Mejor aprovechar las energías en proponer y hacer que en proponer, exigir y lamentar que no se haga. No ha podido ser. La mayor decepción habría sido no intentarlo.
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