Durante estos últimos días me he sentado varias veces delante del ordenador para volcar en una entrada de mi bitácora la indignación y la impotencia, a partes iguales, que he sentido, una vez más, ante el brutal ataque del Estado de Israel contra la población palestina.
Durante estos últimos días he sido incapaz de escribir una sola línea denunciando el genocidio. Porque todo cuanto se pueda decir ya está dicho y repetido hasta la saciedad, y no únicamente en esta ocasión sino también en tantas otras que ha habido para desgracia de ese pueblo digno que se niega a vivir bajo la ocupación israelí. Yo tan sólo podría repetir lo sabido.
Muchas veces y muchos han denunciado el genocidio practicado por el gobierno de Israel contra el pueblo palestino utilizando como arma el terrorismo de Estado. Se ha dicho y escrito hasta la saciedad sobre la inmoral complicidad de la Unión Europea con los miles de asesinatos de inocentes a manos de uno de los ejércitos más poderosos del planeta… contra adversarios desarmados o mal armados (Hizbulá lo puso al descubierto). Es del dominio público que a Israel se le consiente todo porque es amigo de Estados Unidos, que los países árabes hace ya años que abandonaron a su suerte a los palestinos, que la ONU condena por compromiso, que España hace lo políticamente correcto con declaraciones vacías, que la iglesia tiene otras preocupaciones más importantes, que unos y otros hablan pero no hacen absolutamente nada para que se den pasos decididos hacia la paz y hacia la instauración de un Estado palestino. Los jerifaltes del mundo civilizado construyen impasibles sus discursos de justificación sobre la sangre y los cadáveres de un pueblo abandonado, encerrado tras un muro de hormigón y al que se le impide contar con medios para defenderse. A nadie escapa que Gaza es un enorme campo de concentración en el que las cámaras de gas y los hornos crematorios han sido sustituidos por modernas bombas guiadas por láser.
El pueblo palestino y sus organizaciones más combativas no disponen de medios para hacer frente a la potencia de fuego israelí. No cuentan con países amigos dispuestos a ayudarles militarmente. Nadie en el mundo, con poder de decisión, levanta la mano en su defensa frente a Israel. Y encima son acusados de terroristas cuando responden con los escasos medios que tienen a mano.
Los gobiernos occidentales, los que se llenan la boca de democracia e invocan los derechos humanos cuando les viene al pelo, son cómplices necesarios de las masacres sobre mujeres, niños, ancianos, sobre todo bicho viviente, porque, especialmente los de la Unión Europea, podría tomar medidas económicas que obligara a Israel a entrar en razón, y no lo hacen. Sólo condenan con tibieza o lamentan. Pero a esos gobiernos los ponen los ciudadanos con sus votos, también para que hagan política internacional. Esos votos, esos ciudadanos también son cómplices necesarios del genocidio si no exigen a sus gobiernos que además de hablar actúen. Pero también esto ya está dicho muchas veces.
[…] Cómplices necesarios. De Tomás Vicente Martínez. […]
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Buenísima entrada Tomás. Pero cuidado que a la mínima te llaman antisemita. El genocidio de Israel no para y el mundo es complice… ¿y la ONU? Pues eso, los vetos son los hilos que mueven al títere.
Un abrazo, amigo.
[…] Cómplices necesarios. De Tomás Vicente Martínez. […]
[…] CÓMPLICES NECESARIOS (haciendo la O con un canuto) […]
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