Feria del Libro Murcia 2023. Caseta 46 (Editorial Pluma Verde).
Por lo general, el público lector que se pasa por las casetas de la feria suele ser amable y comprensivo con los autores, a pesar de que somos muchos los que tratamos de explicarles las bondades de nuestras obras. Es cierto que está el que siempre lleva prisa, quien busca algo en concreto y no está abierto a otras propuestas, el que argumenta ese no es mi género, e incluso algún arisco que se aleja con un no, no, antes de que el autor pueda abrir la boca. También está el que se presenta a la hora de cierre nocturno para interesarse por un libro, incluso con ganas de conversación a unas horas en las que el cansancio, después de muchas horas en pie, ya se nota en rostro y movimientos. En cualquier caso, la educación y el respeto suelen primar por encima de todo. Al menos eso es lo que yo he vivido en estos días.
Me ocurrió una anécdota curiosa, que no me resisto a contar. Madre e hijo caminan despacio, a dos metros frente a la caseta en la que me encuentro, cruzamos una mirada y ese primer contacto me da pie a invitarlos a que se acerquen, y para mi sorpresa lo hacen. La mujer me dedica una sonrisa amplia y amable. Ya que se han acercado, les digo, permítanme que les cuente de que van mis libros. Claro que sí, me alienta la mujer. Le hablo sobre El Remedio de Dios y sobre Esta será mi bandera. La madre toma un libro, el hijo el otro y leen la sinopsis, después conversan entre ellos: Pueden ser un buen regalo para la Navidad. Nos los podemos llevar, los guardamos y uno para… y el otro para… Tras unos minutos de intercambiar impresiones entre ellos y afinar sus planes, deciden comprar ambos libros. Cuando voy a firmar el primero se me ocurre decirle al joven: ¿Has leído alguna novela del Oeste? Puede ser un buen momento para comenzar. No, me dice él, y dirigiéndose a su madre añade: Al abuelo seguro que le gusta. Y suman a la compra Cuatreros del agua. También tengo poesía, ofrezco. Puede ser un buen regalo para papá, dice la madre, él lee poesía. El hijo asiente. Hojean Envido y suma y sigue. Estoy en mitad de la firma de El Remedio de Dios cuando se me ocurre seguir probando suerte: Por casualidad no tendrán un pequeño en la familia al que regalarle este álbum infantil ilustrado por una niña de cinco años, digo mientras les muestro un ejemplar de Sara y el algarrobo. Pues sí, dice la madre, y le echa un vistazo: Nos lo llevamos.
Lo que acabo de contar, obviamente, es un suceso extraordinario pero muy gratificante. Otros suelen ser de difícil clasificación. Primeros días de feria, muy próxima la hora de cierre nocturno. En la caseta de Taller de Prensa, contigua a la de Pluma Verde en la que me encuentro, Nuria del Monte está a punto de coger el paraguas que sirve de gancho para bajar las persianas (Emilio Tomás se encuentra en otra población trabajando en otro evento). El cansancio ya se percibe en los gestos y en los movimientos más lentos después de todo un día de pie. Un hombre se acerca y le pregunta a Nuria: ¿A qué hora cierra la feria? A las 21:30, responde ella. El hombre se muestra un tanto contrariado y dice: Seguro que ese horario lo han puesto los comunistas. La pobre Nuria apenas encuentra una respuesta a tal despropósito.
Esa anécdota nos da conversación y guasa para los días siguientes: Tiene razón el hombre, porque la feria debería permanecer abierta día y noche, ¿qué es eso de que los obreros tengan descanso? Bien podían dormir en el suelo de la caseta durante los diez días de feria para estar a disposición de lectores trasnochadores. Y encima se van a comer al mediodía, etc., etc. Y Emilio, que es un genio titulando, se le ocurre lo que podría ser el título de una novela, un relato e incluso de una película: El comunista de las 21:30.
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