De mis años de niñez solamente recuerdo un día de Reyes, y los dos regalos que me dejaron sobre los dos únicos pares de zapatos que tenía. Vivía yo en una casa humilde en el campo, con agua de aljibe y luz de candil, y contaría unos 4 ó 5 años. En la cocina había un hogar con chimenea, única calefacción que disfrutábamos en aquella casa de ventanas pequeñas sin cristales. Allí, en el suelo del hogar limpio de ceniza, sobre los zapatos nuevos «de vestir», o de los domingos, encontré aquel 6 de enero por la mañana el tren de cuerda que los Magos de Oriente me habían dejado: la locomotora, tres vagones y una vía circular. Mi alegría no tenía límites.
Orientado por mis padres salí de la casa y fui hasta un cuartucho exterior adosado a la casa, al que llamábamos «la cocinica» -era allí donde se hacía la comida habitualmente-, que contaba con otra chimenea, ésta situada sobre un poyo elevado del suelo; también allí, sobre los zapatos más viejos, los de diario, los Magos me habían dejado otro regalo: una pistola de «pasta» como la que usaban los vaqueros y una cartuchera de plástico. Yo no cabía de gozo.
No sé por qué es la única ocasión que recuerdo; tengo la seguridad de que mis padres, a pesar de la estrechez económica en la que vivíamos, se buscaban sus mañas para sacar lo suficiente y regalarme alguna cosa cada año. Tal vez el recuerdo se deba a la enorme alegría por aquellos dos obsequios tan sencillos pero tan grandes para un niño de 4 ó 5 años que jugaba siempre solo, subiéndose a los algarrobos en los alrededores de la casa, a las bolas en la era o haciendo cuevecitas en los márgenes de los bancales para dar cobijo a americanos e indios de plástico.
Salvo la cena de Nochebuena, ni papanoeles ni fin de año ni año nuevo me llaman la atención más allá de simples excusas, como cualesquiera otras para estar de fiesta con los amigos, con la pareja o la familia. Pero sigo conservando una especial percepción sobre la noche víspera del día de Reyes, que se ha mantenido durante los años avivada por la magia de ver la expresión de felicidad en la cara de los hijos pequeños al abrir su regalo que los Magos le han dejado al pie de la chimenea. Y ahora que son más mayores y ya han descubierto el secreto sigo sintiendo para mí un gozo muy especial al observar sus caras mientras destapan ese regalo que no esperan, o ese otro que anhelaban.
Mi compañera y yo adquirimos la costumbre de que los Magos de Oriente les dejaran sus regalos a nuestro hijos el día 5 por la noche para que empezaran a disfrutar de ellos, pero siempre quedaba uno, secreto, que se encontraban por la mañana sobre sus zapatillas al pie de la cama. Desde que mi hija tuvo edad suficiente para jugar con juguetes de piezas pequeñas, cada año un muñeco de playmovil, con los que tanto ha jugado. Era nuestro regalo secreto más allá de lo que era posible entre las peticiones que ella escribía en su carta a los Magos de Oriente. A mi hijo, un libro le aguarda siempre al despertar el día 6.
Esa alegría que disfruto, tanto durante la preparación de los regalos como, muy especialmente, cuando comienzan a rasgar el papel en que van envueltos, me retrotrae cada año a aquella vez en que un tren de cuerda y una pistola con cartuchera de plástico hizo felices a mis padres viéndome disfrutar a mí.
Pero una sombra sobrevuela siempre mi estado de ánimo en estas ocasiones: que el día de Reyes es el preludio del fin de las vacaciones navideñas. Y en este 2009, además, que abrirá la puerta a un año difícil e impredecible. Pero eso será a partir del día 7.
[…] un bello relato sobre el día de Reyes. Tomás Vicente Martínez demuestra que sabe hacer más que La O con un canuto, sino que escribe muy bien. Sirva esta reseña para llamar la atención sobre que IloveIU está […]
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Me ha gustado tu relato, es una pena que nuestros niños se nos hagan mayores. Al final en cuanto descubren que les engañamos con los reyes dejan de confiar en sus superpapás.
Lástima que mientras gozamos con nuestros niños otros padres en Palestina desentierran a los suyos .