Con poca gloria y menos pena ha pasado por los Medios de Desinformación Masiva la “pinza” de largos brazos que PP y PSOE han tejido esta semana, con apoyo de nacionalistas catalanes y vascos, para blindar cualquier cambio en la Ley Electoral que permita un reparto justo de los escaños en el Congreso de los Diputados y que respete la voluntad popular.
Una ley que permite que los dos grandes partidos mayoritarios roben una parte de la soberanía popular, dejando a partidos más pequeños con menos representación de la que en justicia les corresponde. Los números hablan por sí solos: mientras que cada 60.000 votantes de PSOE o PP tienen un parlamentario que los representa se necesitan casi 500.000 de IU para conseguir un diputado. Algo que no concuerda con el Artículo 14 de la Constitución que asegura que “Los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
Es claro que en algún sitio hay una trampa de tales dimensiones que pone en entredicho la solvencia de la propia democracia. Los depositarios de la soberanía popular dicen una cosa en las urnas y por el camino los mayoritarios se apropian de una parte de ella y la hacen aparecer amañada a su conveniencia.
No sé si quienes han empleado su tiempo y esfuerzo para meter en la agenda política la modificación de la injusta Ley Electoral tenían la convicción de que era posible obtener algo positivo, teniendo en cuenta que quiénes pueden operar los cambios son los mismos que se están beneficiando del robo de parlamentarios. He de confesar que yo no tenía ninguna esperanza porque tanto a PSOE como a PP se la trae al fresco la construcción de una democracia basada en “la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”. Lo acaban de demostrar con su “pinza”.
Lo que me sorprende es que desde las fuerzas más castigadas por esta ley, especialmente IU, no se haya denunciado antes, muchos años antes, esta tropelía. Seguro que habrán buenos argumentos para explicarlo pero cuando se atenta contra los cimientos de la democracia parece obvio que no se puede callar por tanto tiempo. Ni se puede ser condescendiente.
Si alguien piensa que con unas palabras amables y unas sonrisas el PSOE iba a perder sus privilegios es que peca de un buenismo infantil. Esto, como otras muchas cosas, es cuestión de la fuerza que se tiene para negociar. Por eso, cuando se den las condiciones adecuadas debe plantearse la exigencia de la reforma de la Ley Electoral al máximo nivel, esgrimiendo como argumento todo cuanto se tenga a mano, algo que hasta ahora nunca se ha hecho.
Pronto habrá elecciones en Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, y presumiblemente harán falta pactos para gobiernos de “izquierda”. Hay dos opciones: tirar del buenismo estéril y esperar la caridad del partido del gobierno o plantear el saneamiento de la democracia en cuanto al justo reparto de la soberanía popular como una exigencia irrenunciable. Porque hay que ser masoquista para aliarse con uno de los dos brazos derechos de la misma pinza que te está ahogando.
Tiempo al tiempo.
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