Las casualidades, a veces, nos descubren tesoros guardados en el fondo de la historia. Hace unas pocas noches, un amigo y compañero de trabajo dormitaba entre cambios de canales delante del televisor. En uno de ellos le llegaron los ecos apagados de una película; ecos que despertaron su curiosidad, lo que le llevó a acabar de verla y después a buscar información en internet sobre el personaje al que hacía referencia. Al día siguiente me preguntó: “¿Conoces a un tal Huey Long?” “Ni idea”, le dije. Me explicó, entonces, que fue un político norteamericano, miembro del partido demócrata, gobernador del Estado de Louisiana.
La Gran Depresión que siguió al Crack del 29 llevó a Long a tomar medidas de distribución de la riqueza para combatir la pobreza y la delincuencia que la Gran Crisis había ocasionado. Impulsó la construcción de hospitales gratuitos, puentes, carretera, educación pública. Para obtener recursos económicos suficientes creó nuevos impuestos sobre los barriles de petróleo que procesaban las grandes compañías petroleras. Long defendía, asimismo, el gasto federal en obras públicas, educación, pensiones de jubilación y otros programas sociales. Creó el programa Compartamos nuestra riqueza que, con el eslogan Cada hombre es un rey, proponía medidas de redistribución de la riqueza mediante impuestos a corporaciones e individuos de rentas altas. Como es lógico, este político era muy querido por la mayor parte de la población de su Estado, y las medidas que tomaba eran muy bien acogidas, excepto por una minoría privilegiada.
Escuchando esta semana la tragicomedia del último debate sobre la crisis económica he oído a varios políticos hablar de la necesidad de tomar ciertas medidas aunque resulten impopulares, es decir aunque la mayoría de los ciudadanos no las quieran porque van en perjuicio suyo. Qué diferencia, me dije, con la de aquel gobernador de Louisiana que ante una situación similar optó por tomar medidas muy populares, que favorecían a la mayoría de la población. Porque en definitiva todo se reduce a elegir entre los pocos privilegiados o los muchos desfavorecidos. En nuestro país, en Europa, el gobierno y la mayor parte de la oposición han elegido a los privilegiados.
Unos y otros tratan de convencernos, con la inestimable colaboración de los grande medios de comunicación, de que solo hay una manera de salir de la crisis: apretándonos el cinturón los de abajo. Lo van repitiendo a cada momento, por cualquier medio, y no solo los políticos sino también los economistas del sistema, los tertulianos a sueldo, los medios de desinformación masiva. Van creando ambiente. Existen políticos, economistas, analistas que saben que hay otra forma de encarar la crisis pero esos no salen en la tele ni en la radio ni en los periódicos, sencillamente no se les da voz, no se les deja existir, y con ello se priva a la ciudadanía de conocer otras propuestas realizables.
Si nos preguntaran si queremos que el gobierno suba los impuestos, seguramente, la inmensa mayoría, diríamos que no, pero si nos preguntaran si queremos que les suban los impuestos a las grandes corporaciones empresariales, a la banca y a las rentas más altas para repartir la riqueza y hacer frente a las políticas de gasto público para favorecer a los menos afortunados, estoy convencido de que la gran mayoría se manifestaría a favor. El problema no es que no haya dinero sino que está mal repartido. El problema no es que no se pueda hacer otra política económica sino que no hay políticos que representen a los ciudadanos con problemas. La gran mayoría de los que ocupan escaño o sillones de gobierno hablan para los de abajo pero actúan para los de arriba, por eso proponen recorte de pensiones, del tiempo de retiro, de sueldos y no precisamente a los que lo tienen todo. Aunque lo más grave, como ayer me decía un amigo, es que la mayoría de la gente vota a aquellos que después van a tomar decisiones que los van a perjudicar, y no escarmientan. Nos engañan y se lo consentimos. Pero, al menos, que sepamos que se puede salir de la crisis sin que los trabajadores lo sufran en sus carnes mientras que los ricos siguen disfrutando a sus anchas. Huey Long apostó por los pobres porque tenía el poder y la voluntad para hacerlo. Solamente tuvo un serio inconveniente. Lo mataron de un disparo.
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